Ver despertar a nuestros hijos
felices porque les toca ir al colegio, nos pone contentos porque nos indica que
su experiencia educativa está siendo placentera. Aprender desde la alegría
debería ser algo común en la experiencia escolar de los niños. Sin embargo, no
siempre es así.
En la actualidad, los
niños se escolarizan a edades cada vez más tempranas. Hoy es común ver a niños
de 2 años o menos asistiendo a algún tipo de programa o centro de aprendizaje,
bajo la idea equivocada de prepararlos para enfrentarse a un mundo cada vez más
competitivo. Así, muchos padres e instituciones educativas -que venden un
servicio al gusto del cliente, o de lo que creen que quiere el cliente-, han
terminado enfocándose en el desarrollo de una falsa inteligencia, ofreciendo a
los niños experiencias que les genera aburrimiento, cansancio, o falta de
motivación.
Es muy triste escuchar a
los niños decir que, ¡lo que más les gusta de su colegio es el recreo! O a padres que sus hijos han sido derivados,
por el colegio, a terapias porque tienen poca capacidad de atención, o porque
no aprenden.
El
papel de las emociones en el aprendizaje
Al no mirar la
integralidad del desarrollo humano, y enfocarnos solo en la “inteligencia”, nos
olvidamos que las emociones también están presentes en el proceso de aprendizaje. Como nos dice Mora (2012): Nadie puede aprender nada a menos que aquello
que se vaya aprender le motive, le diga algo, posea algún significado que
encienda su curiosidad.
Y es que nuestras vidas no
solamente están gobernadas por la lógica o por la razón, sino también por
nuestras emociones, que son las que motivan y movilizan nuestras decisiones y
acciones (Freshwater & Stickley, 2004). Las emociones, al ser el motor de
la acción, son las que despiertan nuestro interés, nuestra curiosidad, nuestra
atención, afectando positivamente nuestro aprendizaje. O en el caso
contrario, son las que nos generan nuestro rechazo, desinterés, o desatención.
Experiencia
educativa
Es por eso que la
experiencia educativa tiene que despertar el interés, la curiosidad y la
atención de los niños para que se produzca un aprendizaje verdadero, porque de
lo contrario, será una experiencia que genere aburrimiento, desconfianza en su
capacidad de aprender, y desatención.
Observemos a nuestros hijos y veamos qué emociones están presentes en su experiencia educativa. Estoy convencida de que si las familias buscamos y demandamos instituciones educativas donde sea posible aprender desde la alegría y el disfrute, cada vez habrá más instituciones que se renueven y orienten su trabajo hacia este objetivo, adecuando su servicio a los intereses y necesidades de sus usuarios -los niños-, y no exigiendo que ellos se adapten a su forma de educar.
Vanetty Molinero, mayo 2017
Referencias
Freshwater, D. & Stickley, T.
(2004), The heart of the art: emotional intelligence in nurse
education. Nursing Inquiry, 11 (2), pp. 91-98.
Mora, F. (2013), Neuroeducación:
solo se puede aprender aquello que se ama.
Madrid: Alianza editorial.
Fotografía: pixabay.com
1 comentarios
Así es misita Vannety, concuerdo plenamente con su documento, el niño no aprenderá nada si uno no toma en cuenta sus emociones o sus necesidades e intereses o características. Más allá de esto lo único que lograremos será llenarlos de conocimientos como un recipiente que al final de cuentas saldrá olvidando pues no hay nada que relacionar significativamente, todo se olvidará igual.
ResponderEliminar